Regulación financiera, riesgos sistémicos y hegemonía del capital financiero

En los últimos 40 años la regulación financiera ha caminado detrás de las numerosas crisis financieras que han azotado la economía internacional. La última crisis no sólo fue financiera, económica, política y social, sino que también atacó los cimientos de lo que se suponía era un dique infranqueable para los riesgos sistémicos. Este supuesto dique era la regulación que bajo el nombre de Basilea II se había elaborado a finales de los años 90 y había entrado en vigor en 2004.
En realidad, en los círculos reguladores se despreciaba o se ignoraba la importancia de los riesgos sistémicos, por lo que la sorpresa fue mayúscula cuando la inestabilidad financiera, en forma de crisis bancarias agudas de los principales bancos comerciales y de inversión del planeta, pusieron en evidencia la fragilidad del sistema.
El capital financiero no solo representa un enorme poder económico y político, sino también un gran poder ideológico, visible en los textos de macroeconomía, en las publicaciones académicas, en los análisis de los bancos centrales y en los medios de comunicación. En la versión dominante las crisis son fenómenos exógenos al sistema, “cisnes negros”, errores aislados, fraudes y justificaciones similares, pero no son factores endógenos, intrínsecos del sistema. Dependiendo de la visión y el diagnóstico, así será la regulación. Bajo la visión dominante la regulación es un problema técnico, que se podría resumir en ser capaces de medir mejor los riesgos financieros y en particular los riesgos sistémicos. Pero la regulación financiera es sobre todo un problema político. No podrá avanzar si no cambian las relaciones de fuerza con el capital financiero.
|