Conversaciones mayo 68
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Con motivo del 50 aniversario, Encuentros Complutense propone un ciclo de conversaciones en torno al mayo francés y la vigencia de las aspiraciones igualitarias y de cambio que supuso.
A lo largo de estos cuatro días, se analizarán distintos aspectos del Mayo del 68 desde la sociología, el periodismo, la economía, el movimiento sindical y la cultura. Recorreremos Del mayo francés a los indignados, el 7 de mayo, con el periodista Joaquín Estefanía que acaba de publicar “Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018)” y la catedrática Mercedes Cabrera. El martes 8 recordaremos el Cine y música del 68: imagen de una revolución con Clara Ballesteros, que interpretará algunas canciones en acústico.
Mayo 68: La revolución posible, protagoniza el día 9, a las 12 horas como el resto de las sesiones, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología Universidad Complutense. Una revolución posible de la mano del profesor Jaime Pastor y la socióloga Julia Varela, que reunió las voces de mujeres del 68 como Cristina Alberdi, Ramona Parra o Empar Pineda en “Memorias para hacer camino”, libro del que es coautora.
Cierran las conversaciones el profesor de Ciencia Política Antonio Elorza que explica en “Utopías del 68” -publicado el pasado abril- que “las rebeliones estudiantiles y los proyectos de cambio surgidos en 1968, que querían romper con la sociedad existente y construir un mundo nuevo, solo alcanzaron a ser sueños de revolución” y el sindicalista Antonio Gutiérrez, con un repaso a Los 68: Mayo, Praga, Mao, el 10 de mayo.
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Pasados cincuenta años desde 1968, son irreconocibles muchas de las circunstancias que caracterizaron al Mayo francés. El marco económico y social ha experimentado un viraje de 180 grados, y esto se ha reflejado en las ideologías y en la política. En unas sociedades que rezumaban opulencia, los jóvenes sesentayochos querían cambiar el mundo. Hoy es el mundo el que ha cambiado, y en la nueva situación no parece haber espacio para la aspiración a una sociedad igualitaria.
Daniel Cohn-Bendit, el lider más conocido de la movilización universitaria, podía proclamar que los estudiantes se negaban a actuar como cuadros en una sociedad donde los trabajadores eran explotados. Rechazar transitoriamente el trabajo era algo posible en sociedades próximas al pleno empleo, en la época del affluent worker. Los saltos en el trapecio estaban protegidos por una red. De ahí que el 68 cierre el largo ciclo de movilizaciones sociales iniciado con las revoluciones de 1848.
Hoy la realidad es la opuesta y la única salida para la mayoría de universitarios consiste en buscar la acomodación, tantas veces precaria, al capitalismo realmente existente. No es tiempo de utopías, sino de indignación.
Eso no significa que Mayo de 1968 fuera un ejercicio inútil de rebeldía, un simple fogonazo que no dejó huellas. El mismo Cohn-Bendit recuerda que había razones sobradas para poner en marcha lo que entonces se llamó la contestación, la puesta en tela de juicio del orden establecido : « La Francia conservadora de 1967 obligaba a las jóvenes a abortar en secreto y con riesgo de sus vidas, a los homosexuales a esconderse, a los periodistas a obedecer. Mientras, en la izquierda, el comunismo llevaba a millones de ciudadanos bien intencionados a aprobar el gulag, las peores violaciones de los derechos humanos ». El avance de la bioclase juvenil, por usar el término de Morin, había sido visible a lo largo de la década, generando, y no solo en Francia, una contracultura. Desde la utilización de la recien inventada píldora anticonceptiva a la oposición a la guerra de Vietnam. Fue lógico que el choque se produjera en el espacio universitario, donde se enfrentaban las generaciones en un marco ritualizado y jerárquico. También en Alemania, en Italia, en México, incluso en España donde la movilización universitaria se centró en la oposición al franquismo.
La variable generacional contó a escala mundial para impulsar una intensa voluntad de cambio, tras la estabilización que siguió al fin de la guerra. Crecimiento económico y repliegue conservador, en los Estados Unidos, incluso en el mundo socialista, con el post-estalinismo tras el XX Congreso. En conjunto, los progresos económicos, sociales y culturales de los años sesenta hicieron insostenible la continuidad y los estallidos del 68 reflejaron, cada uno desde su circunstancia, esa presión.
Sobre el fondo de violencia de los choques entre estudiantes y policía en París, y vínculándose a las huelgas obreras que paralizaron Francia, el contenido revolucionario alcanzó a desplegarse a partir de la comuna universitaria de la Sorbona. Las perspectivas de mayor libertad para la juventud, de su autonomía en la vida privada, del protagonismo de la mujer, el rechazo del racismo, la reivindicación de la sexualidad, lograron un balance que aun se refleja hoy en la opinión pública: un 79% de los franceses piensa que Mayo tuvo consecuencias positivas, por encima del 85% en el centro-izquierda.
Las movilizaciones estudiantiles del 68 en Italia y Alemania fueron en cambio callejones sin salida. Ambas protestas desembocaron en el terrorismo (Brigadas Rojas en Italia, banda Baader-Meinhof en Alemania). La violencia se impuso también a las expectativas universitarias de cambio en México, a partir de la matanza de Tlatelolco, aquí con una «larga marcha» que lleva a la rebelión indigenista del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (Chiapas, 1994).
En el mundo comunista, el impulso revolucionario no logró consumar las expectativas de libertad: la primavera de Praga fue aplastada por los tanques del Pacto de Varsovia. Y en cuanto a China, la Revolución Cultural fue un instrumento al servicio de Mao. La herencia fue en este caso sangrienta, con los Jemeres Rojos en Camboya y Sendero Luminoso en Perú. En las antípodas del «placer de vivir» reivindicado desde el Mayo francés, en el marco de una oleada de luchas sociales protagonizadas por estudiantes y trabajadores.
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