Panel 6/6
Tal y como indica el título de la exposición, Velázquez no fue solo un pintor virtuoso, sino que se adelantó a su época, se retroalimentó de sus contemporáneos italianos y marcó una gran diferencia con sus sibilas: se encaminó hacia su humanización.
Mientras algunos artistas las representaron como figuras místicas o proféticas, Velázquez las situó en un plano más terrenal y accesible, dotándolas de rasgos más realistas gracias a su maestría. Tanto es así que podemos suponer que la Sibila del Museo del Prado retrata a una mujer de su entorno, quizá a su propia esposa, Juana Pacheco, como aventura el inventario de pinturas de La Granja de 1746. La figura mística es a su vez una mujer de carne y hueso, cercana a la Cabeza de muchacha de la colección Lázaro Galdiano.
Diego Velázquez, Cabeza de muchacha, h. 1620-1624. Madrid, Museo Lázaro Galdiano
Un prodigioso apunte del natural y una extraordinaria frescura es lo que también representa su Sibila con tabula rasa del Museo Meadows porque, aunque aquí contemplemos su evolución en la pincelada, no podemos dejar de ver a una joven que ha heredado el mismo gesto en el dedo que ya hemos visto en las sibilas de la Antigüedad.
[Autora de los paneles 4 al 6: Alba Sánchez López]