Proyectos de Innovación

IV. Cómo Velazquez fue sirviendo a su Majestad en la jornada que hizo al Reino de Aragón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Diego Velázquez, Retrato de Felipe IV en Fraga, 1644. Nueva York, The Frick Collection.

Diego Velázquez, Retrato del infante-cardenal Fernando de Austria, cazador, 1632-1634. Madrid, Museo Nacional del Prado.

Reconstrucción del Salón de Reinos, según Carmen Blasco.

Diego Velázquez, La lección de equitación del príncipe Baltasar Carlos, 1640-1645. Londres, Colección del Duque de Westminster.

Diego Velázquez, Retrato ecuestre del conde-duque de Olivares, h. 1636. Madrid, Museo Nacional del Prado.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Luca Giordano, Santiago en la batalla de Clavijo1692-1702. Madrid, Iglesia de las Comendadoras de Santiago.
 
 
 

[Volver a III. Del primer viaje que Don Diego Velazquez hizo a Italia con licencia de su Majestad.]

 

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IV. Cómo Velazquez fue sirviendo a su Majestad en la jornada que hizo al Reino de Aragón.

 

En el año de 1642 fue sirviendo a Su Majestad en la Jornada que hizo al Reino de Aragón para pacificar el Principado de Cataluña, y volvió a su corte sábado seis de diciembre.

 

El año de 1643 mandó Su Majestad a Don Gaspar de Guzmán, Conde Duque de Olivares, se retirase a vivir a la ciudad de Toro, de donde no saliese sin expresa licencia suya, y donde murió en 22 de julio del año de 1645, de donde fue transferido por esta corte al sepulcro del Convento de Carmelitas Descalzas de la Villa de Loeches. No dejó Diego Velazquez de sentirlo por ser hechura suya, y a quien debía especiales honras; pero Su Majestad continuó en honrarle como hasta allí. Y así el año de 1644 le mandó fuese sirviendo en la Jornada que Su Majestad repitió a Aragón, para dar fuerza y valor a sus soldados, con la cercanía de su persona, en la Guerra de Cataluña. Estuvo Velazquez en Zaragoza, donde Su Majestad asistió, y en Fraga. Y estando la ciudad de Lérida oprimida de las armas francesas, habiéndose rendido a la presencia de su Rey y [332] Señor natural, domingo 31 de julio de dicho año, donde entró Su Majestad con soberano aplauso domingo 7 de agosto; Diego Velazquez pintó un gallardo retrato de Su Majestad (de la proporción natural) para enviarlo a Madrid de la forma que entró en Lérida, empuñando el militar bastón y vestido de felpa carmesí, con tan lindo aire, tanta gracia y majestad, que parecía otro vivo Philipo. Y se pudiera decir con razón lo que del retrato de Alexandro, que (por ser tanta su presteza para acometer a los enemigos y para poner en buena orden sus soldados) lo pintó Apeles con un rayo en la mano, representando esta figura tan al vivo a su original, que decían los macedonios que, de los dos Alexandros, el que había engendrado Philipo no se podía vencer y el que había pintado Apeles no se podía imitar (8).

 

Pintó también Diego Velazquez dos retratos, uno de la Majestad Católica del Rey nuestro Señor, Don Phelipe Cuarto, y otro de su hermano al Serenísimo señor Cardenal Infante Don Fernando de Austria, del natural, en pie, vestidos de cazadores, con las escopetas en las manos y los perros asidos de la traílla, descansando; parece los vio en lo más ardiente del día llegar fatigados del ejercicio penoso cuanto deleitable de la caza, con airoso desaliño, polvoroso el cabello (no como usan hoy los cortesanos), bañado en sudor el rostro, como pinta Marcial en semejante caso, hermoso con el sudor y el polvo, a Domiciano:

 

Hic stetit Arctoi formosus pulvere belli,

Purpureum fundens Cæsar ab ore iubar.

 

Y otros muchos poetas pudo imitar Diego Velazquez, que explican cuánto donaire añade a la belleza el cansancio, el descuido y el desaliño. Estas dos pinturas están en la Torre de la Parada, sitio de recreación de Sus Majestades.

 

Retrató también admirablemente Velazquez a la muy alta y católica Doña Isabel de Borbón, Reina de España, ricamente vestida sobre un hermoso caballo blanco, a quien el color pudo dar nombre de cisne. Tiene grandeza real y muestra ser ligero y grave; y aunque se conoce ser elegido entre muchos por el más galán, más airoso, más dócil y seguro, está tan ufano, no tanto por eso, como porque parece tasca reverente el oro, que lo enfrena suave, por venerar el celestial contacto en las riendas, que toca la mano digna de empuñar el cetro de Imperio tan grande. Es de la proporción del natural y, con el del Rey nuestro señor a caballo (de quien hemos hecho mención), está en el Salón Dorado del Buen Retiro, a los lados de la puerta principal. Y encima de esta pintura está otro cuadro con el retrato del Serenísimo Príncipe Don Baltasar Carlos; y aunque de pocos años, armado y a caballo, con el bastón del generalísimo en la mano, en una jaca; la cual, corriendo con grande ímpetu y veloz movimiento, parece que con impaciente orgullo, respirando fuego, solicita ansiosa la batalla, prevista ya en su dueño la victoria.

 

Otro cuadro pintó, grandemente historiado, con el retrato de este príncipe, a quien enseñaba a andar a caballo Don Gaspar de Guzmán, su Caballerizo Mayor, Conde Duque de San Lúcar. Esta pintura tiene hoy la casa del señor Marqués de Liche, su sobrino, con singular aprecio y estimación.

 

Otro retrato pintó Don Diego Velazquez de su gran protector y mecenas, Don Gaspar de Guzmán, tercer Conde de Olivares, que está sobre un brioso caballo andaluz, que bebió del Betis no solo la ligereza con que corren sus aguas, sino la majestad con que caminan, argentando el oro del freno con sus espumas, tan dificultosas de imitar al antiguo cuanto eminente Protogenes. (9) Está el conde armado, grabadas de oro las armas, puesto el sombrero con vistosas plumas, y [333] en la mano el bastón de general; parece que, corriendo en la batalla, suda con el peso de las armas y el afán de la pelea. En término más distante se divisaban las tropas de los dos ejércitos, donde se admira el furor de los caballos, la intrepidez de los combatientes, y parece que se ve el polvo, se mira el humo, se oye el estruendo y se teme el estrago. Es este retrato de la proporción del natural y de las mayores pinturas que hizo Velazquez, en cuya alabanza escribió un panegírico Don Garcia de Salcedo, Coronel, Caballerizo del Serenísimo Señor Infante Cardenal, ingenio tan relevante y de tan superior espíritu, que puede decir con muy justa razón con Ovidio: (10)

Mortale est, quod quæis opus: mihi fama perennis

Quæitur, ut tote semper in Orbe Canar.

 

Otro retrato hizo Velazquez de Don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero de la Orden de Santiago y Señor de la villa de la Torre de Juan Abad, de cuyo raro ingenio dan testimonio sus obras impresas, siendo en la poesía española divino Marcial y en la prosa segundo Luciano: para cuya alabanza solo Lucrecio puede decir lo que canta de Enio: (11)

Ennius, ut noster cecinit, qui primus amæna

Detulil ex Helicone perenni fronde Coronam.

 

Pintóle con los anteojos puestos, como acostumbraba de ordinario traer; y así el Duque de Lerma, en el Romance que escribió en respuesta de un soneto que le envió Don Francisco Quevedo, en que le pedía las ferias de una esfera y de un estuche de instrumentos matemáticos, dijo:

Lisura en verso y en prosa,

don Francisco, conservad,

ya que vuestros ojos son

tan claros como un cristal.

 

Retrató también Velazquez al excelentísimo señor Don Gaspar de Borja y Velasco, cardenal de la Santa Iglesia del título de Santa Cruz en Jerusalén, Arzobispo de Sevilla y de Toledo, Presidente del Consejo Real y Supremo de Aragón, que está hoy en el Palacio de los señores Duques de Gandía. También retrató a Don Nicolas de Cardona Lusigniano, Maestro de cámara del Rey nuestro señor Don Phelipe Cuarto. Es también muy celebrado el retrato de Pereyra, del Hábito de Cristo, también Maestro de la Cámara, pintado con singular magisterio y destreza. También retrató a Don Fernando de Fonseca Ruiz de Contreras, Marqués de la Lapilla, Caballero de la Orden de Santiago, de los Consejos de Guerra y Cámara de Indias. Otro retrato pintó de Su Majestad, armado y sobre un hermoso caballo; y después de concluido con el estudio que acostumbraba, escribió en un peñasco:

PHILIPPVS MAGN. HVIVS, NOM. IV.

POTENTISSIMVS HISPANIARVM REX,

INDIAR. MAXIM. IMP.

ANNO CHRIST. XXV. SAECVLI XVII.

ERA XX. A.

 

Y en una piedrezuela fingió estar pegado con unas obleas un papel algo arrugado pintado por el natural, con alguna diligencia, como lo muestra él mismo, para en habiendo el cuadro salido a la censura y parecer de todos, poner su nombre y considerar las faltas que le ponían, prefiriendo por más diligente juez al vulgo que a sí mismo. Propuso su obra Velazquez a la censura pública y fue vituperado el caballo, diciendo estaba contra las reglas del arte, con dictámenes tan opuestos que era imposible convenirlos; con que, enfadado, borró [334] la mayor parte de su pintura y puso, en vez de la firma, cómo él lo había borrado: Didatus Velazquius, Pictor Regis, expinxit. No sé si fue con fundamento profundo del arte este juicio, porque no todo lo que parece defectuoso a los ojos del vulgo luego lo es; ni tampoco lo que celebran por bueno, que en esta parte vemos cada día engañarse, no solo el vulgo ignorante, sino personas de mucha erudición, calidad y falto [sic.: alto] juicio; por lo cual siempre es peligroso meter la hoz en la mies ajena, pues muchas veces los que al vulgo parecen borrones, para el arte son milagros. Lo que admiro es el ejemplo que nos dio Velazquez en esta acción; lo uno en la modestia de borrar y lo otro en la desconfianza de complacer, pues dejando borrado lo que notaron, se contentó con que supiesen que él mismo lo borró, excusando repetir el trabajo de ejecutar lo propio que ya tenía hecho; pues, para quedar con acierto, había de estar como antes. Y, para quedar según la indiscreta corrección, mejor quedaba borrado, pues la variedad de juicios hacía imposible la empresa. Bien semejante a lo que sucedió a Lucas Jordan en la expresión del caballo que ejecutó en el cuadro de las señoras Comendadoras de Santiago en esta corte, que pintándole en el salón de las Comedias de Palacio, llegó a ser tanta la variedad de encontrados pareceres en la simetría y disposición del caballo, que, no hallando forma de ajustarlo al dictamen de tantos como se juzgaban prácticos en esta pericia, hubo que mandar el Señor Carlos Segundo (por dictamen de sujeto de la profesión) que lo dejase como estaba, porque de otro modo nunca se acabaría. ¡Bien acertada resolución! Pues no es lo mismo tener inteligencia en el manejo de los caballos y en la simetría y disposición de su talle (si esto se puede conceder a todos los que lo presumen) que tener comprensión de los contornos que ofrecen a la vista los varios accidentes de su movimiento y la degradación de sus escorzos, junto con los efectos de la distancia y ambiente que le circunda. Plinio, en su Historia Natural, lib. 35., dice que Alexandro Macedonio solía venirse muchas veces a la oficina de Apeles (como ya dijimos) gustando no solo de su artificio, sino también de su urbanidad; el cual le dijo, estando en su obrador tratando imperitamente muchas cosas del arte, que se persuadiese en amistad a guardar silencio sobre aquella materia, porque los muchachos que molían los colores no se riesen (12). Esto que de Alexandro escribe Plinio, Plutarco lo refiere a Megabiso en aquel tratado en que se disputa qué diferencia hay entre el adulador y el amigo, donde dice que, estando Megabiso (noble de Persia) sentado junto a Apeles, pretendiendo decir algo acerca de las líneas y las sombras, le dijo Apeles: ¿No ves que los muchachos que están moliendo la tierra melina ponían la atención en ti, que poco ha estabas callando, y se admiraban de la púrpura y el oro que te ilustra? Pues estos mismos ahora se ríen de ti, que empiezas a hablar sobre aquellas cosas que no has aprehendido.

 

Escribe Eliano (13) la misma historia; solo difiere en decir fue el pintor Ceuxis. Bien pudo ser también, que un Megabiso basta para enfadar muchos Ceuxis y Apeles. Este retrato, pues, en la forma referida, estaba en el pasadizo de Palacio a la Encarnación.

 

Retrató también en este tiempo Velazquez con superior acierto una dama de singular perfección, a cuyo asunto escribió Don Gabriel Bocangel este epigrama, que no me ha parecido omitir por su mucha agudeza en tan pocos números, para lisonjear con ellos el gusto de los lectores.

Llegaste los soberanos

ojos de Lisi a imitar,

tal, que pudiste engañar

nuestros ojos, nuestras manos.

Ofendiste su belleza,

[335] Silvio, a todas desigual,

porque tú la diste igual,

y no la naturaleza.

 

También pintó el retrato del venerable padre maestro Fray Simon de Roxas estando difunto, varón eximio en letras y virtud. Retratóse también a sí mismo en diferentes ocasiones, y especialmente en el cuadro de la señora Emperatriz, de que se hará especial mención. En este tiempo pintó también un cuadro grande historiado de la toma de una plaza por el señor Don Ambrosio Espinola para el Salón de las Comedias en el Buen Retiro, con singular eminencia; como también otro de la Coronación de Nuestra Señora, que estaba en el oratorio del cuarto de la Reina en Palacio, sin otros muchos retratos de sujetos célebres y de placer, que están en la escalera, que se sale al jardín de los Reinos en el Retiro, por donde sus Majestades bajan a tomar los coches.

 

[Seguir a V. Dase noticia del segundo viaje que hizo a Italia Don Diego Velazquez de orden de su Majestad.]


 

 

 

 

 

 

Fue Velazquez sirviendo al Rey en la jornada que hizo a Cataluña.

 

 

Retírase el Conde-Duque de orden de Su Majestad a la ciudad de Toro, donde murió.  

Vuelve Velazquez sirviendo al rey en la jornada de Aragón.

 

 

 

Retrata Velazquez al Rey en la forma que entró triunfante en Lérida.

 

 

Célebre infancia del retrato de Alexandro de mano de Apeles.

 

(8) Plin. lib. 35. cap. 10.

 

 

Otros retratos del rey y del Infante Cardenal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Están estos dos retratos en la Torre de la Parada.

 

 

Retrato de la Serenísima Reina Doña Isabel de Borbón.

 

 

 

Retrato del Príncipe Don Baltasar.

 

 

 

 

 

 

Otro cuadro del Príncipe Don Baltasar, y el Conde-Duque enseñándole a andar a caballo.

 

 

Retrato del Conde-Duque a caballo, de mano de Velazquez.

 

(9) Plin. lib. 35. cap. 10.

 

 

 

 

 

 

(10) Ovid. lib. I. amor. Eleg. 15.

 

 

 

Retrato de Quevedo, de mano de Velazquez.

 

 

(11) Lucrecius lib. 3. de natura rerum.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Retrato del Señor Cardenal D. Gaspar, de Velazquez.

 

Retrato de D. Nicolás de Cardona, y otros muchos, de mano de Velazquez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Discreción de Velazquez en la censura de un Caballo del Retrato del Rey

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Semejante caso acaecido a Lucas Jordan.

 

 

Reflexión acertada del Señor Carlos Segundo.

 

 

 

 

Impericia de algunos en la pintura.

 

(12) Plin. nat. hist. lib. 35. cap. 10.

 

 

 

 

 

 

 

(13) Helianus lib. 2. vasix. hist. cap. 2.

 

 

 

Retrato de una Dama de superior belleza, de mano de Velázquez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Retrato del V.P.M. Fr. Simón de Roxas, de mano de Velazquez.

 

Cuadro grande de la toma de una plaza de mano de Velazquez, y otro de la Coronación de Nuestra Señora.