III. Del primer viaje que Don Diego Velazquez hizo a Italia con licencia de su Majestad.
Jacopo y Domenico Tintoretto, El Paraíso, 1588-1592. Venecia, Palacio Ducal.
Velázquez, según Tintoretto, La última cena, 1629. Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Interior de la Capilla Sixtina.
Diego Velázquez, Vista del jardín de Villa Medici en Roma, h. 1630. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Diego Velázquez, La túnica de José, h. 1630. San Lorenzo de El Escorial, Real Monasterio de San Lorenzo.
Diego Velázquez, La fragua de Vulcano, h. 1630. Madrid, Museo del Prado.
Diego Velázquez, Retrato de María de Austria, reina de Hungría, h. 1630. Madrid, Museo Nacional del Prado.
Diego Velázquez, Retrato del duque Francesco I d'Este, 1638. Modena, Gallerie Estensi.
Diego Velázquez, Cristo crucificado, h. 1632. Madrid. Museo Nacional del Prado.
[Volver a II. Del primero y segundo viaje que hizo Velázquez a Madrid.]
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III. Del primer viaje que Don Diego Velazquez hizo a Italia con licencia de su Majestad
En cumplimiento del gran deseo que Don Diego Velazquez tenía de ver Italia y las grandes cosas que en ella hay, habiéndoselo prometido varias veces Su Majestad, cumpliendo su real palabra y animándole mucho, le dio licencia y, para su viaje, cuatrocientos ducados de plata, haciéndole pagar dos años de su salario; y despidiéndose del Conde Duque, le dio otros doscientos ducados en oro y una medalla con el retrato del Rey, y muchas cartas de favor. Partió de Madrid con Don Alfonso Espínola, Marqués de los Balbases, Capitán General de las armas católicas en los Países de Flandes. Embarcóse en el Puerto de Barcelona por el mes de agosto (tiempo el más acomodado para la navegación), día de San Lorenzo del año de 1629. Fue a parar a Venecia (ciudad famosa, fundada en el Mar Adriático), donde tuvo que ver y admirar la grandeza y la singularidad del sitio y las varias naciones que allí comercian; y fue a posar en casa del Embajador de España, que lo honró mucho y le sentaba a su mesa. Y por las guerras que había, cuando salía a ver la ciudad enviaba sus criados con él, que guardasen su persona. Lleváronle a palacio y al templo de San Marcos, estupendo en grandeza, traza y majestad, adornadas todas las salas de pinturas de Jacobo Tintoreto, de Pablo Beronès y de otros grandes artífices; mas la que le causó grande admiración fue la Sala del Gran Consejo, en que dicen caben doce mil personas (4); que al verla causa respeto y admiración, en que está aquella célebre pintura de la Gloria, que Jacobo Tintoreto, excelentísimo y doctísimo pintor (como otro Ceuxis en la Antigüedad, superior a todos los de su tiempo) pintó, con tanta armonía de coros de ángeles, tanta diversidad de figuras, con tan varios movimientos, apóstoles, evangelistas, patriarcas y profetas, que parece igualó la mano a la idea. Está el techo pintado y las paredes de historias y retratos de los duques de aquella república; y para ello tuvieron con salario de seiscientos ducados a Tintoreto. Vio de mano de Ticiano en una grande sala pintadas las Guerras de Geradada, provincia que confina con el Imperio.
Asimismo vio la Escuela de San Lucas, o Academia, adonde se juntan a estudiar los pintores, y de donde han salido tantos famosos, acreditando a su patria por escuela del colorido: como el gran Ticiano; Beronès; Tintoreto; Antonio Licinio de Pordonon; Jacobo Basan y su hijo el Basanno; Fray Sebastian del Piombo; Juan Bellino, maestro de Ticiano; Gentil Bellino, su hermano; Juan Bautista Timoteo; Jacobo Palma; Jacobo Palmeta, su nieto; Zorzon; Andrès Eschiabon; Jacobo San Sobino, escultor; Simon Petencano, discípulo de Ticiano, y otros muchos, de quien hay famosas obras, cuyos retratos ilustran y adornan la Academia.
En los días que aquí estuvo dibujó mucho, y particularmente el cuadro de Tintoreto de la Crucifixión de Cristo Nuestro Señor, copioso de figuras, con invención admirable que anda en estampa.
Hizo una copia de un cuadro del mismo Tintoreto donde está pintado Cristo comulgando a los discípulos, el cual trajo a España y sirvió con él a Su Majestad.
Quedó muy aficionado a Venecia. Mas por la grande inquietud (a [329] causa de las guerras que había entonces) trató de dejarla y pasar a Roma. Fue a Ferrara, donde a la sazón estaba por orden del papa gobernando el Cardenal Julio Sacheti, florentino, Obispo de Frascati, que había sido Nuncio de España, a quien fue a dar unas cartas y besar la mano. Recibióle muy bien, e hizo gran instancia en que los días que allí estuviese había de ser en su palacio y comer con él. Excusóse modestamente Velazquez con que no comía a las horas ordinarias; mas con todo esto, si su eminencia era servido, obedecería y mudaría de costumbre. Visto esto, mandó a un gentilhombre español de los que le servían que tuviese mucho cuidado de asistirle y le hiciese aderezar aposento para él y su criado, y le regalasen con los mismos platos que se hacían para su mesa, y que le enseñasen las cosas más particulares de la ciudad. Estuvo allí dos días y, aunque de paso, vio con atención las obras del Garofali; y la noche última que se fue a despedir de su eminencia, le detuvo más de tres horas sentado, tratando de diferentes cosas. Mandó al que le cuidaba que previniese caballos para el siguiente día y le acompañase dieciséis millas, hasta un lugar llamado Ciento, donde estuvo poco pero muy regalado; y despidiendo la guía, siguió el camino de Roma por Nuestra Señora de Loreto y Bolonia, donde no paró ni a dar cartas al Cardenal Nicolás Ludoviso de Bolonia, gran Penitenciario y Obispo de Policastre, ni al Cardenal Baltasar Espada, Patriarca de Constantinopla, Obispo de Sabina, que estaban allí, por no mortificar sus impacientes deseos.
Llegó en fin a la ciudad de Roma, donde estuvo un año, muy favorecido por el Cardenal Don Francisco Barberino, sobrino del Pontífice Urbano Octavo, por cuya orden le hospedaron en el Palacio Vaticano. Diéronle las llaves de algunas piezas; la principal de ellas estaba pintada al fresco, todo lo alto desde las colgaduras arriba, de Historias de la Sagrada Escritura, de mano de Federico Zucaro. Dejó aquella estancia, por muy retirada, y por no estar tan solo, contentándose con que le diesen lugar las guardas para entrar cuando quisiese a dibujar las cosas de Rafael, y del Juicio Universal, que por mandato del Papa Julio Segundo pintó al fresco Michael Angel Buonarrota en la Capilla Pontifical, en que gastó ocho años, y la descubrió el de 1541.
Asistió aquí muchos días Velazquez con grande aprovechamiento del arte, haciendo varios dibujos, unos con colores, otros con lápiz, del Juicio, de los Profetas y Sibilas, del Martirio de San Pedro, y de la Conversión de San Pablo, obras todas maravillosas, ejecutadas con profunda ciencia. Dibujó también de las excelentes pinturas de Rafael Sancio de Urbino en las salas del Papa, de un gran cuadro donde se acomoda la Teología con la Filosofía, y en medio la Hostia Sacra sobre el altar, con los doctores alrededor, y detrás de ellos otros santos que sobre este misterio disputan, todo con singular decoro y admirable disposición. También dibujó otra historia, donde se finge San Pablo en Atenas, el cual predica a los filósofos; y más acá otra famosa pintura del celebrado Monte Parnaso, con las Musas y los Poetas, y Apolo en medio tocando una lira.
Después, viendo el palacio o viña de los Medices, que está en la Trinidad de Monte Monasterio (y es de la orden de los Mínimos) y pareciéndole el sitio a propósito y acomodado para estudiar y pasar allí el verano, por ser la parte más alta y más airosa de Roma y haber allí excelentísimas estatuas antiguas de qué contrahacer, pidió a Don Manuel Zúñiga y Fonseca, Conde de Monte-Rey (que en aquel tiempo estaba en Roma por Embajador de la Majestad Católica), negociase con el de Florencia le diesen allí lugar. Y aunque fue menester escribir al Gran Duque, se facilitó esto con la protección [330] del Conde, que estimaba mucho a Velazquez, así por sus prendas, como por lo que su Majestad le honraba. Estuvo allí más de dos meses, hasta que unas tercianas le forzaron a bajarse cerca de la casa del Conde; el cual, en los días que estuvo indispuesto, le hizo grandes favores enviando su médico y medicinas por su cuenta, y mandó se le aderezase todo lo que quisiese en su casa, fuera de muchos regalos de dulces y frecuentes recados de su parte, hasta que sanó de su enfermedad y continuó sus estudios en las eminentes pinturas y estatuas que admiraban en aquella gran metrópoli del mundo.
Pintó Diego Velazquez en este tiempo aquel célebre cuadro de los hermanos de Joseph, cuando, envidiosos de su prevista fortuna, después de otros ultrajes le vendieron a aquellos mercaderes ismaelitas y trajeron la túnica manchada con sangre de un cordero a su padre Jacob, que, lleno de amargura, se persuadió a que alguna fiera lo había despedazado (5). Está con tan superiores expresiones demostrado, que parece compite con la verdad misma del suceso. No lo está menos otro cuadro que pintó en este mismo tiempo de aquella Fábula de Vulcano, cuando Apolo le notició su desgracia en el adulterio de Venus con Marte, donde está Vulcano (asistido de aquellos jayanes cíclopes en su fragua) tan descolorido y turbado que parece que no respira. Estas dos pinturas las trajo Velazquez a España y las ofreció a Su Majestad, que, haciendo de ellas la debida estimación, las mandó colocar en el Buen Retiro; aunque la de Joseph fue después trasladada al Escorial, y está en la Sala del Capítulo.
Determinó Velazquez volver a España por la mucha falta que hacía al servicio del Rey; y a la vuelta de Roma paró en Nápoles, donde pintó un bello retrato (para traerlo a Su Majestad) de la Serenísima Infanta Doña María de Austria, Reina de Hungría (que nació en Valladolid a 18 de agosto, año de 1606, y casó el de 1631 con el Serenísimo Señor Ferdinando Tercero, Rey de Bohemia y Hungría, su primo, hijo del Emperador Ferdinando Segundo, que con felicísimo acierto fue electo Rey de romanos en 22 de diciembre, año de 1636). Volvió Velazquez a Madrid después de año y medio de ausencia, y llegó al principio del de 1631. Fue muy bien recibido del Conde Duque: mandóle fuese luego a besar la mano a Su Majestad y le diese las gracias de no haberse dejado retratar de otro pintor, aguardándole para retratar al Serenísimo Príncipe Don Baltasar Carlos, lo cual hizo puntualmente, y su Majestad mostró mucho gusto con su venida.
No es creíble la liberalidad y agrado con que fue recibido nuestro Velazquez de un tan gran Monarca, mandándole tuviese obrador dentro de su Real Palacio, en la galería que llaman del Cierzo; de la cual tenía Su Majestad llave y silla para verle pintar despacio, así como lo hizo el Magno Alexandro con Apeles, a quien muy de ordinario iba a ver pintar a su oficina, honrándole con tan singulares favores, como los que refiere Plinio en su Historia Natural (6); como la Majestad Cesárea del Señor Emperador Carlos Quinto, aunque ocupado en tantas guerras, gustaba de ver pintar al gran Ticiano; y el Católico Rey Phelipe Segundo iba muy frecuentemente a ver pintar a Alonso Sanchez Coello, favoreciéndole con singulares muestras de amor (7). Así honró Su Majestad a Velazquez (imitando y aun excediendo a sus heroicos predecesores) con la Plaza de Ayuda de la Guardarropa, uno de los oficios o empleos que en la Casa Real son de grande estimación. Honráronle asimismo con la llave de su cámara, cosa que desean muchos caballeros de hábito. Y continuando Velazquez su ascenso, vino a obtener la Plaza de Ayuda de Cámara, aunque no tuvo el ejercicio hasta el año de 1643.
De los retratos más señalados que hizo Don Diego Velazquez [331] en este tiempo, sea el primero el de Don Francisco Tercero de este nombre, Duque de Modena y Regio, estando en esta corte de Madrid, año de 1638 (donde fue padrino de la Serenísima Infanta Doña María Teresa, con Madama María de Borbón, Princesa de Cariñan, a quien la Majestad del señor Don Phelipe Cuarto, su tío, estimó con singulares demostraciones). Honró mucho el Duque a Diego Velazquez, celebrando su raro ingenio; y habiéndole retratado muy a su voluntad, le premió liberalísimamente; en especial con una cadena de oro, riquísima, que solía ponerse Velazquez algunas veces al cuello, como era costumbre en los días festivos de Palacio.
Hizo también Velazquez por este tiempo un célebre cuadro de Cristo Crucificado difunto, del tamaño natural, que está en la clausura del Convento de San Plácido de esta Corte; aunque otro hay en la Buena Dicha, que es copia muy puntual, en el altar primero de mano derecha, como se entra a la Iglesia; y uno y otro están con dos clavos en los pies sobre el supedáneo, siguiendo la opinión de su suegro acerca de los cuatro clavos.
El año de 1539 [sic.: 1639] hizo el retrato de Don Adrian Pulido Pareja, natural de Madrid, Caballero de la Orden de Santiago, Capitán General de la Armada y Flota de Nueva España, que estuvo aquí en aquella sazón a diferentes pretensiones de su empleo con Su Majestad. Es del natural este retrato, y de los muy celebrados que pintó Velazquez, y por tal puso su nombre, cosa que usó rara vez. Hízole con pinceles y brochas que tenía de astas largas, de que usaba algunas veces para pintar con mayor distancia y valentía, de suerte que de cerca no se comprehendía y, de lejos, es un milagro; la firma es en esta forma:
Didacus Velazquez fecit, Philip. IV a cubiculo, eiusque Pictor, anno 1639.
Aseguran que estando acabado este retrato pintado por Velazquez en Palacio y teniéndole puesto hacia donde había poca luz, bajó el Rey (como solía, a ver pinar a Velazquez) y reparando en el retrato (juzgando ser el mismo natural) le dijo con extrañeza: ¿Que todavía estás aquí? ¿No te he despachado ya? ¿Cómo no te vas? Hasta que, extrañado que no hacía justa reverencia ni respondía, conociendo ser el retrato, volvió Su Majestad a Velazquez (que modestamente disimulaba) diciendo: Os aseguro que me engañé. Está hoy este peregrino retrato en el poder del excelentísimo señor Duque de Arcos.
[Seguir a IV. Cómo Velazquez fue sirviendo a su Majestad en la jornada que hizo al Reino de Aragón.]
Pachec. ubi supra.
Embárcase Velazquez en Barcelona para Italia.
Aportó a Venecia.
Le honró mucho el Embajador de España.
Grandes pinturas en Venecia y otras maravillas.
(4) Carduchi Dialog. I. de la Pintura.
La gloria célebre de Tintoreto.
Guerras de Gerada pintadas de mano del Ticiano.
Academia de Venecia y los grandes ingenios que ha dado el mundo.
Copia que hizo Velázquez de un cuadro de Tintoreto.
El buen acogimiento que tuvo Velazquez en Ferrara.
Prosigue Velazquez su viaje a Roma sin detenerse.
Velazquez estuvo en Roma un año muy bien asistido del Cardenal Barberino.
Pintura del Juicio Universal de mano de Michael Angel.
Estudió Velázquez en las obras de Miguel Angel, y de Rafael.
Pásose Velázquez al Palacio o Viña de los Medices.
Diéronle unas tercianas a Velazquez, en que fue muy favorecido del Embajador de España.
Cuadro célebre que hizo Velazquez en Roma para traerle al Rey.
(5) Genes. cap. 37.
Otro cuadro que hizo Velazquez de la fragua de Vulcano.
Retrato que hizo Velazquez de la Serenísima Reina de Hungría Doña Mariana de Austria.
Volvió Velazquez a España después de año y medio de ausencia.
Retrató Velazquez al príncipe D. Baltasar Carlos.
Honras especiales que recibió Velazquez de Su Majestad.
(6) Fuit enim & comitas illi, properquam gratior Alexandro magno erat, frequenter in officinam venitanti. Plin. nat. hist. lib. 31, cap. 10.
(7) Pachec. lib. I. cap. 6.
Oficio de Ayuda a la Guardarropa a Velazquez.
Merced de Ayuda de Cámara a Don Diego Velazquez.
Retrato de Velazquez al Duque de Módena.
Retrato célebre que hizo Velazquez de D. Adrián Pulido Pareja.