POZA YAGÜE, Marta, "Iconografía caballeresca en los monasterios románicos hispanos", en Monasterios y nobles en la España del Románico: entre la devoción y la estrategia. Aguilar de Campoo, 2014, pp. 177-203.
Resumen
En los siglos XI y XII, los monasterios necesitaron de los nobles tanto como los nobles de los monasterios, estableciéndose entre ellos una relación simbiótica en la que los poderosos fundaban, dotaban y protegían los institutos religiosos, esperando a cambio conseguir de los monjes que los habitaron la oración perpetua que garantizase la salvación futura de sus almas. Con esta iniciativa los grandes linajes hispanos, siguiendo la estela de sus reyes, o adelantándose a ellos en muchos casos, fueron los principales responsables de un cambio en el paisaje monumental de los territorios reconquistados, caracterizado en pocos años por la presencia de imponentes complejos arquitectónicos en muchos de los cuales vieron por primera vez la luz, se ensayaron y perfeccionaron las novedades técnicas y decorativas que imponía el nuevo estilo imperante allende los Pirineos: el Románico.
De todo ello hoy aún son testimonio sus fábricas. Semiderruidas unas, conservadas con mayor o menor fortuna otras, secularizadas muchas o acogiendo todavía a comunidades religiosas que recuerdan el fin con el que fueron levantadas el resto, penetrar entre sus muros trae de inmediato a la mente el recuerdo de los monjes que las poblaron a través de los siglos. Pero, ¿dónde y cómo recuperar la memoria de quienes lo hicieron posible? Sabemos de ellos por la documentación, podemos conocer algunos de sus nombres gracias a las inscripciones que aún restan bien en sillares, bien en antiguos lucillos que algún día acogieron sus restos o sobre las laudas que han llegado de viejos panteones dinásticos. Sin embargo, estamos prácticamente huérfanos de su registro icónico. El dominio casi exclusivo de la iconografía sagrada en lo tocante a los temas historiados, la imposibilidad de acudir con garantías de éxito al análisis de la heráldica hasta las postrimerías de la duodécima centuria, o la circunstancia de que un número considerable de las construcciones analizadas pertenecieron a la orden cisterciense -con las limitaciones que ello supone en cuanto a la presencia de la imagen-, son las razones fundamentales que sustentan el referido argumento de la orfandad.
A pesar de todo, la ausencia no es absoluta. Ya sea en una placa de marfil, pintado sobre el muro o esculpido en las cestas de los capiteles, en ocasiones podremos advertir la identidad del noble a partir del análisis de la indumentaria de un determinado personaje, de la actividad que realiza, propia del estamento caballeresco, o enmascarada tras algún símbolo que apele en última instancia al solar familiar. Muchos de estos esquemas remiten a la iconografía del miles Dei, mientras otros recuerdan la necesidad de la eterna plegaria salvífica; pero tanto en unos, como en otros, lo simbólico, lo conceptual, se imponen sobre lo narrativo-real . Habrá que traspasar los umbrales del siglo XIII para encontrar, ahora sí de forma inequívoca, iconografías nobiliarias formando parte de los conjuntos artísticos monásticos.