Secreto y política: una ecuación enigmática
La Política secreta, es una práctica que echó sus primeras raíces en la Antigüedad y que aún hoy se perpetúa entre nosotros, por la persistencia de causas semejantes a las que determinaron su origen: el temor a lo otro, a lo no propio, a lo extranjero; la desconfianza hacia todo aquello que resulta diferente. Cuando lo que se considera propio, familiar y entrañable se extraña, surge el espanto. Sucede con las personas, cuando dejan de ser quienes eran para distanciarse de cómo eran, hecho que causa la conmoción en quienes antes los consideraban allegados y cercanos. Los Estados, que son los principales sujetos de la política, experimentan algo semejante a propósito de los demás Estados, vecinos o distantes, e, invocando siempre cuestiones de autoprotección y de seguridad, se blindan y sumergen en el secreto sus propios fines, sus intenciones e intereses. Para ello, contarán con el valioso comodín que les proporcionará el secreto. De esa manera, los Estados ocultan su ya borroso semblante y no podemos identificar hacia dónde se encaminan.
Lo más preocupante es la evidencia de que la Política secreta ahorma y determina nuestras vidas en mucha mayor medida de lo que acostumbramos creer. Prueba de ello es que la mayor parte de las guerras, de los conflictos políticos, de las revoluciones, los cambios de régimen, más las estratagemas electorales o no, las conspiraciones y maquinaciones políticas, además de las grandes decisiones económicas y de trasunto social, se han fraguado sometidas a la secrecía, es decir, a la ocultación de tales intenciones, decisiones y acciones ante la sociedad y ante la vida pública. Todos nosotros sufrimos los efectos de esa ocultación, a veces efectos dramáticos o trágicos, como es el caso de las guerras o el terrorismo, en cuya gestación no tenemos -ni presumiblemente tendremos nunca de manera directa- la menor responsabilidad.